Hoy me reía con un amigo, que gratificantes son, por cierto, unas risas sinceras. Nos reíamos de las tendencias de algunos individuos, a ese resquicio del neandertal, que sigue tan empeñado en tratar a mazazos a quien entra en su cueva.
El nacionalismo me parece más un intento por humanizar un comportamiento perruno como lo es marcar terreno con meadas, que una postura racional en la actualidad. Comprendan que hablo de esa expresión férrea y exaltada de nacionalismo, la del megáfono en mano emitiendo sandeces expuestas con orgullo por un insensato.
Es graciosa la idiosincrasia del nacionalista, avispado manipulador que se adapta hábilmente al discurso del interlocutor, siempre atento, como un águila pendiente de posibles presas, devorador de adeptos a los cuales evangeliza en su credo.
Igual que las viejas religiones las actitudes nacionalistas más radicales no admiten concesiones, no tiene cabida la reflexión y menos aún el razonamiento, ya que se basan en dictámenes y justificaciones obsoletas y que en la actualidad caerían en el saco de la ridiculez y el sinsentido, si no fuera por la fidelidad de sus seguidores y la fe de los mismos en sus evangelizadores y las palabras de los mismos.