Ikea, una sustitución absurda


Beddinge Lövås

En el sistema capitalista, las cosas ya no se arreglan. Se sustituyen. Esto es una obviedad. No les estoy descubriendo nada nuevo. Lo que les quiero exponer con un ejemplo es cuando esta sustitución se torna tan absurda que se me antoja incomprensible.

La semana pasada mi novia y yo compramos un sofá cama Beddinge Lövås. Una vez armado, descubro que una de las tablas del somier que conforma la estructura del sofá está mal. El problema era que las diferentes capas de madera que componen la tabla estaban algo despegadas y al sentarte hacía un ruido un poco molesto. Además me hacía sospechar que dicha tabla no aguantaría mucho tiempo. Y al cabo de pocas semanas sucumbiría acompañada de un buen crack.

Llamo al servicio de atención al cliente de Ikea y les comento el problema. Sin ponerme trabas o inconvenientes me dicen que en un par de días me cambiarán las piezas. Pero como soy consciente de que vivimos en un mundo surrealista, les pregunto si lo que me van a traer es solo la tabla, o si por el contrario me van a traer toda la estructura de un sofá. La teleoperadora duda y luego me dice que tiene que preguntarlo. Esto ya era mala señal. Lo suyo habría sido que cuestionase mi pregunta «absurda» y me respondiese que, lógicamente, solo me traerían la tabla, que era lo que estaba mal. Pero obviamente eso no fue lo que pasó.

Después de un rato de espera me comentan que no lo saben. Ya el día que me lo vayan a traer, sea lo que sea eso que me vayan a traer finalmente, los del servicio de transporte me dirán si he de desmontar el sofá o si por el contrario solo me facilitarán la pieza que necesito.

Llegado el día, me llaman por teléfono. Era el del servicio de transporte para decirme que en unos cuarenta minutos estarían en mi casa. Como no me dice nada más, le pregunto directamente si lo que me traen finalmente es solo la tabla o el sofá completo. La respuesta es: solamente la tabla. Cuelgo el teléfono gratamente sorprendido y les espero. Sigue leyendo

Productos con fecha de caducidad


Usar y tirar

Desde hace años escuchamos una y otra vez la afirmación: «Las cosas antes duraban más tiempo». Coches, televisores, electrodomésticos de todo tipo. Aparentemente todo era más resistente en el pasado. Ante esta sensación es lógico que nos invada otra pregunta de inmediato: «¿Cómo es posible?» Vivimos en un mundo que avanza, en términos tecnológicos, a pasos agigantados. Sin embargo, y aquí está la aparente contradicción, cuanto más avanzamos menos durabilidad tienen las cosas.

Llevo mucho tiempo argumentando que en un sistema económico como el capitalista, no hay ningún interés por crear productos que tengan una duración prolongada. Un sistema que se fundamenta en el crecimiento constante. Y este sólo se concibe a través del consumo desmesurado. En este panorama, crear productos que tengan una larga vida útil es claramente contraproducente. De hecho, entre la mala calidad de los productos y el deseo creado en los consumidores por el modelo más actual, la distancia entre las acciones de usar y tirar se acorta cada vez más. Esto sumado al escaso reciclaje hace que nuestro estilo de vida sea devastador para nuestro planeta y también para nuestra salud mental.

Es evidente que a los economistas no les gusta el medio ambiente. Lo curioso es que no parezcan interesarse por la finitud de los recursos cuando es algo que utilizan con tanta frecuencia para justificar los precios y la regulación de los mismos mediante la oferta y la demanda. Pero esta es la situación en la que nos encontramos. Tantos avances científicos para terminar construyendo productos cada vez peores, es irónico.

Por esto es recomendable ver el documental ‘Comprar, tirar, comprar’ emitido por TVE 2.

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Vía | TVE

Marketing, mentiras y el rumbo equivocado


Me estoy leyendo «13,99 euros» de Frédéric Beigbeder. La verdad es que por ahora me está gustando bastante porque tiene ese toque ácido y corrosivo que le viene tan bien a una crítica feroz al medio publicitario.

Como se expone en la contraportada del libro, se trata de una «novela cruel, panfleto insolente y alegato contra la minipulación consumista».

De este libro voy a poner a continuación un extracto que me pareció muy bueno:

«Lunes por la mañana, te diriges hacia la Rosse con plomo en las piernas. Reflexionas sobre la despiadada selección del Rey Marketing. Antes existían sesenta variedades de manzana: hoy sólo sobreviven tres (la golden, la verde y la roja). Antes los pollos tardaban tres meses en convertirse en adultos; actualmente, entre el huevo y el pollo que se vende en el hipermercado sólo transcurren 42 días vividos en unas condiciones atroces (25 animales por metro cuadrado, alimentados con antibióticos y ansiolíticos). Hasta la década de los setenta, podían distinguirse diez sabores distintos de camembert normando; hoy quedan, como máximo, tres (por culpa de la normativa sobre la leche «termopasteurizada»). Nada de esto es obra tuya pero ése es el mundo al que perteneces. En una Coca-Cola (10.000 millones de francos de presupuesto en publicidad en 1997) ya no se añade cocaína, pero sí ácido fosfórico y ácido cítrico para producir una ilusión refrescante y crear una dependencia artificial. Las vacas lecheras se alimentan de piensos ensilados que fermentan y les producen cirrosis; también las alimentan con antibióticos que crean unas cepas de bacterias resistentes, que, más tarde, continúan desarrollándose en la carne que se comercializa (por no hablar de las harinas cárnicas que provocan la encefalitis esponjiforme bovina, no vale la pena abundar en este tema, sale en los periódicos). La leche de estas mismas vacas contiene un nivel de dioxinas cada vez más alto, debido a la contaminación de los pastos. Los peces de piscifactoría se alimentan, a su vez, con harinas de pescado (tan nocivas para las especies como las harinas cárnicas para el vacuno) y de antibióticos… En invierno, las fresas transgénicas ya no se congelan gracias a un gen extraído de un pez de los mares fríos. Las manipulaciones genéticas introducen pollo en la patata, escorpión en el algodón, hámster en el tabaco, trabaco en la lechuga, hombre en el tomate.

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El machaqueo tecnológico y la incitación al consumismo


El capitalismo necesariamente tiene que incitar al consumismo, porque si solo consumiésemos por necesidad, un sistema como este, que ha sido ideado de esta forma, no podría funcionar. Esa sería la principal crítica, ya que con otro sistema propablemente todo esto que diremos a continuación no sería necesario, pero como la realidad es esta, es la que vamos a criticar.

Todo esto está relacionado con un post de Kailos P., en el que manifiesta su mosqueo porque en un periodo de tiempo brevísimo aquellos aparatos de Apple que compró hace tan solo unos meses a un precio determinado y con unas especificaciones concretas, ahora ya han sido relanzados con ciertas mejorías y a un menor coste.

En el mundo de la informática y los aparatejos electrónicos estamos ya bastante curtidos, cuando compramos algo ya sabemos que prácticamente en el momento de hacerlo ya es viejo y quedará reemplazado por un aparato aún mejor en cuestión de días. Por eso, lo mejor es ser consciente de que esto es una realidad y tratar de que a uno le afecte lo menos posible.

Sin embargo es totalmente comprensible que alguien se enfade si gasta un montón de dinero en comprar un determinado artilugio, y poco después venden el mismo, con varias mejorías y por menos dinero. Uno se siente un tanto estafado. ¿Qué ha podido pasar en cuestión de unos meses? ¿Cuando compré mi cacharro en cuestión aún no existían las mejoras que ahora se le han añadido?

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La regla de los treinta días


En estas fechas de consumo desmesurado la regla de los treinta días puede servir para traer un poco de cordura a la caza del regalo que rellene la caja más grande debajo del árbol de navidad. Mucha gente compra sin pensar en absolutamente nada, no importa la calidad, la utilidad, lo mucho o poco que alguien pueda necesitar determinada cosa, son como las urracas, van a lo que brilla, destella o es gigante. Hay demasiada mierda en el mercado y desgraciadamente nuestro afán de consumir nos lleva a consumirlas.

Por eso la regla de los treinta días es una fantástica idea para todos aquellos que tengan problemas con la compra compulsiva, gran enemiga de la simplicidad. Aunque diría que es aplicable a cualquier persona que vive en este mundo que nos bombardea con mensajes que tratan de encender en nosotros la mecha del consumismo que nos esta estallando en toda la cara. La regla expone lo siguiente: si quieres comprar algo, tienes que escribirlo en la lista de los treinta días, junto con la fecha en la que lo anotas. Si después de treinta días todavía lo quieres, entonces puedes comprarlo. Claro que no se aplica a necesidades básicas como la comida, lo que ayuda a distinguir entre caprichos y bienes.

Muchas veces vemos cosas y las queremos, no reflexionamos, no pensamos, lo compramos y luego pensamos, ¿realmente necesito esta mierda? La regla de los treinta días nos obliga, en cierta manera, a dejar pasar ese momento de incoherencia y nos permite pensar realmente acerca de la necesidad de tener o no ciertas cosas.

Vía | MakeMeMinimal

La desmesura de las personas


La desmesura con la que las personas consumimos me fascina desde el punto de vista de observación analítica de mi especie, pero a la vez me repugna porque creo que si no incurriésemos en tantos excesos el mundo sería un lugar mejor.

Llevo tiempo diciendo que la situación actual, el modelo económico sobre el que se sustentan los pilares de nuestro mundo actual, no podrá sostenerse mucho más tiempo. Si miramos atrás en la historia podemos darnos cuenta que ante las crisis graves o el estancamiento, generalmente se ha llevado a cabo un cambio drástico o una guerra de proporciones apocalípticas.

Después de la Segunda Guerra Mundial el mundo resurgió, las personas estaban contentas porque la situación económica estaba en pleno auge, la mejora de la calidad de vida era sorprendente y las nuevas generaciones superaban con creces el nivel económico y poder adquisitivo de sus padres. Hasta los años 70 aquello se sostuvo y era lógico, había todo un mundo por reconstruir y mejorar, pero llegó un momento en el que este modelo fue en declive, de ahí que la situación fuera empeorando y que ahora estemos a las puertas de una crisis que marcará con total seguridad un antes y un después.

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Hoy empiezan las rebajas


Rebajas

Como todos los años, tras los Reyes vienen las rebajas, ese momento en el que una gran parte de la población se vuelve loca y hay golpes por determinados productos con un X% de rebaja. A mi ya en situaciones normales el ir a las tiendas me echa para atrás, así que imaginen con las rebajas. Yo directamente no voy a las rebajas, porque considero que no compensa. El estrés y el mal rato que uno va a pasar allí, colas de horas, todos apretujados, empujones, gente loca y que al cabo de unas pocas horas las tiendas están arrasadas, considero que no compensa el supuesto ahorro. Además, si realmente la mayoría de las personas ya tenemos de todo, alguna cosa que vas renovando de vez en cuando, pero de ahí a tener que ir a las rebajas a matarte… Yo personalmente no lo entiendo, ese afán consumista totalmente descontrolado, a mi no me parece normal.

[tags]Consumismo, rebajas, descontrol[/tags]

Paseando por las tiendas estrenando ropa


Lo he denunciado en diversas ocasiones, vivimos en un mundo tan sumido en el consumismo que ya no paseamos por calles y paseos sino por centros comerciales y tiendas, ir de tiendas es un pasatiempo, queremos novedades constantes, novedades que dejan de serlo en el mismo momento que están en la bolsa y abandonamos el establecimiento donde las hemos adquirido.

Estrenamos la ropa mientras vamos de compras buscando prendas nuevas que llevar mañana. Si lo llevan los famosos lo queremos tener. Aunque creemos ser más libres que nunca es todo lo contrario, estamos esclavizados hasta cotas insospechadas. Esclavos del consumo, de la moda, de la aceptación, de la imagen, creemos que en ello está la felicidad, y al ver que la supuesta felicidad que nos proporcionaría lo que está en la bolsa no dura más que unos escasos segundos, prácticamente imperceptibles, la prevemos en nuestra siguiente compra, pero en ella tampoco estará.

En una ósmosis casi perfecta las empresas dedicadas a la moda nos han impuesto un modelo, nosotros lo hemos aceptado e incluso lo hemos magnificado generando ahora una presión mayor sobre las empresas, y estas encantadas con ello, fomentan este nuevo modelo, enviando ropa nueva semanalmente o incluso dos veces en semana a sus tiendas para saciar nuestra desmesurada ansia por estrenar y consumir. El capitalismo fomenta este tipo de comportamiento, este tipo de adicción, la falta de control que siempre beneficia a un colectivo concreto, el de los empresarios, que hacen un buen negocio con nuestra esclavitud y nos esclavizan aún más. Somos esclavos del deseo de lo inmediato, y por tanto también de lo caduco, porque lo inmediato tiene una fecha de caducidad inminente, prácticamente instantánea.

Por este deseo descontrolado, del que caemos presos, nos endeudamos para adquirir «cosas» que no nos dan la felicidad, y así somos aún más esclavos, esclavos en busca de la felicidad en el lugar equivocado, abocando nuestra vida a la miseria y al fracaso emocional más obsceno, todo ello patrocinado por nuestras grandes marcas preferidas.

Yo no creo que este mundo de usar y tirar sea un mundo deseable, yo no creo que este consumo desmesurado sea coherente, y tampoco creo que nuestra obsesión por lo nuevo nos lleve a nada bueno, vivimos en un mundo remarcadamente superficial, en el que la ignorancia campa a sus anchas y en el que mientras cada vez somos un poco más esclavos nosotros nos preocupamos tan sólo por consumir y por sumirnos en un estado de ausencia mental, en el que nuestras preocupaciones se reducen a suplir tres o cuatro necesidades muy básicas y poco más, en definitiva una existencia «estupidizada» y lamentable.

[tags]Capitalismo, consumismo, esclavitud, moda, ignorancia, felicidad[/tags]