Hubo un tiempo en el que la gente creía que podía cambiar el mundo, hubo un tiempo en el que había políticos que creían que podrían cambiar las cosas para mejor, hubo un tiempo en que la gente tenía el valor de expresar su opinión, de manifestar su existencia y de exigir una mejoría, pero no sólo exigirla, sino que estaban dispuestos a luchar por ello. Soñadores les llaman algunos, idealistas, necios, locos, trasnochados, gente que ha perdido el vínculo con la realidad, pero yo no estoy de acuerdo, no eran nada de eso, al menos no en su connotación negativa, eran visionarios, eran personas que sentían la necesidad de cambiar el mundo. Se trataba de personas que comprendían que no podíamos vivir en sociedad si no estábamos dispuestos a formar parte de ella, a ver al que camina a nuestro lado como un igual, y no como una amenaza por sus diferencias, sino un aliado con el que sostener los pilares de este gigantesco constructo que es la sociedad.
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La suspicacia del rechazo a la Educación a la ciudadanía
El control de la educación otorga mucho poder al encargado de hacerlo. Eso es algo bien sabido por las diversas religiones, así como por conservadores. A lo largo de la historia las religiones se han ocupado bastante bien de impedir el libre acceso al conocimiento, fomentando la ignorancia y manteniendo el estatus elitista que tiene el conocedor frente al que desconoce.
En nuestro caso, el europeo, podríamos citar un hecho prácticamente fundamental que daría un vuelco importante a la historia y que sin duda fue un acto revolucionario: la publicación de la Biblia traducida al alemán. Podemos afirmar por tanto que Martín Lutero fue un revolucionario. A pesar de ello, y aunque a lo largo de los años los ciudadanos hemos ido conquistando más y más aspectos del conocimiento, seguimos sufriendo las consecuencias de una educación y un acceso al conocimiento capado e incluso devaluado. Es cierto que hay un creciente número de personas que acceden a la universidad y que optan por una enseñanza superior, pero ésta a su vez parece que se devalúa hasta llegar al punto que tanto la escuela como las universidades se han convertido en meras fábricas de adoctrinamiento, en sistemas de reproducción social, en instituciones que emplean el copiar pegar de información, pero que en ningún momento fomentan un espíritu crítico, una libertad de aplicación del conocimiento, el derecho a la reflexión. Podríamos decir que en cuanto al conocimiento se ha hecho lo que la Iglesia Católica con la Biblia, la podemos leer, pero las interpretaciones que hemos de darle vienen escritas al final de la página, la interpretación propia, personal y quizá crítica no tiene cabida en nuestra sociedad.