El control de la educación otorga mucho poder al encargado de hacerlo. Eso es algo bien sabido por las diversas religiones, así como por conservadores. A lo largo de la historia las religiones se han ocupado bastante bien de impedir el libre acceso al conocimiento, fomentando la ignorancia y manteniendo el estatus elitista que tiene el conocedor frente al que desconoce.
En nuestro caso, el europeo, podríamos citar un hecho prácticamente fundamental que daría un vuelco importante a la historia y que sin duda fue un acto revolucionario: la publicación de la Biblia traducida al alemán. Podemos afirmar por tanto que Martín Lutero fue un revolucionario. A pesar de ello, y aunque a lo largo de los años los ciudadanos hemos ido conquistando más y más aspectos del conocimiento, seguimos sufriendo las consecuencias de una educación y un acceso al conocimiento capado e incluso devaluado. Es cierto que hay un creciente número de personas que acceden a la universidad y que optan por una enseñanza superior, pero ésta a su vez parece que se devalúa hasta llegar al punto que tanto la escuela como las universidades se han convertido en meras fábricas de adoctrinamiento, en sistemas de reproducción social, en instituciones que emplean el copiar pegar de información, pero que en ningún momento fomentan un espíritu crítico, una libertad de aplicación del conocimiento, el derecho a la reflexión. Podríamos decir que en cuanto al conocimiento se ha hecho lo que la Iglesia Católica con la Biblia, la podemos leer, pero las interpretaciones que hemos de darle vienen escritas al final de la página, la interpretación propia, personal y quizá crítica no tiene cabida en nuestra sociedad.