Como Sociólogo, y como persona que busca trabajo en este campo, me parece indispensable exponer aquí el siguiente artículo de Salvador Giner, que titula de la misma forma que el post. Llevo mucho tiempo argumentando la necesaria labor de los sociólogos en el mundo actual, y criticando el poco caso que en tantas ocasiones se le hace a esta disciplina. El problema es que, tal y como expone Giner, esa incomodidad que muchas veces puede generar el resultado de una investigación sociológica, no se interpreta como oportunidad sino como amenaza.
Si a esto sumamos que mucha gente no conoce siquiera esta disciplina, o ignora cual es su fin, la problemática está servida. Una disciplina tan necesaria como la Sociología debería de ser, sobre todo ahora, una constante a la hora de enfrentarnos a prácticamente cualquier aspecto de los que nos ocupan en la actualidad.
Vindicación de la Sociología
Salvador Giner
Hace un par de semanas se hacía eco en la prensa un articulista de lo que decían algunos periódicos sobre un supuesto estudio sociológico en torno al estado de ánimo de los catalanes. No sólo no había leído el publicista el estudio al que se refería la prensa sino que éste, ay, no existía. (Véase mi propio artículo en EL PERIÓDICO, 9-IX-2008). No seré yo quien me querelle con él por estas minucias.
Sí, en cambio me inspira a pergeñar estos renglones su peregrina conclusión en la que nos regala con la afirmación de que en ese presunto estudio pasa ‘lo que sucede con los estudios de sociología: el punto final se limita a ratificar el punto de partida’. Eso pasa, ay, en muchos estudios: en economía, metafísica, química orgánica, geofísica e incluso en derecho constitucional. Pero naturalmente, en los mejores de entre ellos, y significativamente, en muchos de los sociológicos, no sólo no se da el caso, sino que lo que los dignifica es precismante no decir lo obvio, sino lo que no lo es. Y lo que es incómodo. Una especialidad de la incómoda sociología.
Estamos en tiempos de crisis –económica, ciertamente, entre otras cosas- y no está el horno para bollos, y menos para decir simplezas sobre disciplinas tan imprescindibles como lo es la sociología. Si alguna cosa puso de relieve el importante Foro Mundial de Sociología que se celebró en Barcelona a principios del pasado setiembre, justo antes de que los gobiernos comenzaran a acaptar y reconocer la crisis que no sólo algunos pocos economistas, sino también abundantes sociólogos, habían estado anunciando muy en serio desde hacía tiempo, fue la relevancia de esta disciplina que no se dedica precisamente a señalar lo obvio.
Esta disciplina incómoda –que compite con la profesión periodística en encontrar víctimas de los regímenes más abominables- se ha pronunciado una y otra vez sobre la delincuencia internacional, los efectos perversos de la inmigración ilegal, los también perversos de un modo de producción industrial inhumano, los excesos del nacionalismo fanático- y otros muchos temas de igual relevancia. En esos estudios y dictámenes los sociólogos han establecido relaciones de causa a efecto y conclusiones que distan mucho de lo obvio y de constatar al final lo que una intuición inexperta podría haber afirmado sin más.
La sociología no es un lujo. Es una necesidad. Dejando de lado su capacidad insustituible de interpretar desde una perspectiva secular, racional y humanista un mundo tan complejo y difícil como el nuestro –lo que ya de por sí la justificaría plenamente- es también necesaria para que además de entenderlo, podamos modificarlo sin violencia para bien y para enfrentarnos con menos riesgos a lo que está acaeciendo, crisis económica incluida.
La sociología no produce recetas simples que solucionen los problemas con que nos enfrentamos, pero sí genera muy a menudo líneas de actuación efectivas, de probado rendimiento y éxito. El hecho, por ejemplo, de que gracias a la sociología de la educación sepamos hoy mucho más que ayer sobre cuáles son los métodos pedagógicos y escolares más efectivos, para aumentar el capital humano de un país o que la sociología de las relaciones interraciales haya mostrado la senda civilizada de la integración étnica, no significa, desgraciadamente, que las autoridades o instituciones responsables, le hagan siempre el caso que merece. En el combate incesante entre los intereses creados y las recomendaciones sociológicas no siempre salen éstas ganando. Las razones para ello son penosamente obvias. Pero no son suficientes para que los profesionales de esta noble disciplina la abandonen.
El margen de error de la sociología no es superior al de la economía política (vean ustedes la que está cayendo, por favor), ni de la antropología, ni de la demografía, mientras que algunos de sus muchos aciertos no pueden ignorarse. Del aumento de la criminalidad que se avecina y de los ritmos y correlaciones que ésta va a poseer con el mercado de trabajo y sus fluctuaciones, llevan muchos años prediciendo los sociólogos algunas cosas que serán ignoradas por quienes no deberían. Es fácil hacerse con estudios de sociología criminal que ni indican lo obvio ni se prestan a comentarios livianos de ningún género. En especial de quienes fueron ayer marxistas leninistas y hoy jacobinos de conservador talante y nacionalistas hostiles a los nacionalismos menos protegidos y agresivos.
La sociología, hoy más que nunca, debe ser tomada en serio. Naturalmente, la razón suprema se debe a la dignidad intelectual que posee y su capacidad inigualada para la compresión del mundo y de la condición humana en nuestro tiempo. Pero a un nivel más cotidiano, y ciertamente, de plena justificación moral práctica, la inteligencia sociológica del mundo humano es necesaria, llana y sencillamente, a causa de la naturaleza misma de ese mundo, que exige modos civilizados, democráticos y sociológicamente informados, de lo que hay que hacer.
Con esto, aquellos que no estén familiarizados con la disciplina podrán, quizá, comprender la importancia y envergadura de la misma, y también entender el por qué es tan necesaria para enfrentarnos a los problemas actuales.
El papel de la sociología en España es ridículo, sobretodo si lo comparamos con el que tiene en otros países. Aunque creo que poco a poco vamos apareciendo más y se nos escucha más.
Para mi el problema es también de los propios sociólogos que no hemos sabido hacernos necesarios. en ese aspecto la Psicología ha sido mucho más avispada y ha sabido hacerse su hueco muy bien. (El bajo nivel en la facultad de sociología también contribuye, al menos desde mi experiencia).
A ver si mejora la situación 🙂
La primera promoción de Sociología de la ULL es de 1999, hace tan solo cinco años que estan saliendo titulados de esta carrera al menos en Tenerife, es un poco comprensible, por un lado la escasa representación y por otro el bajo nivel. Sigamos trabajando duro que hace mucha falta una visión sociológica.
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Que máquina el Giner!
Bueno, no creo que tampoco el nivel de Sociologia en La Laguna sea tan bajo. En gran parte, es por ser una carrera tan joven. En mi pueblo ya habemos 3 sociologos, y todavia la gente pregunta: ¿y eso para qué sirve?¿de qué vas a trabajar? etc. Un poco frustrante, la verdad.
Pero creo que cuando seamos más, irá apareciendo algun Salvador Giner tinerfeño, que sepa darle fuerza a algo que creemos justo y necesario: Llevar la sociologia al mundo cotidiano.
Pues a mí, que quieren que les diga, me parece que el alegato presente del señor Giner no dista mucho del aullido de pejeperro que también vindica su derecho a mordisquear el huesito sobrante del almuerzo.
Asegura el rey -que firmó mi título- que yo también soy sociólogo y no sé, no puedo defender con esa terrible convicción -que admiro, pero que no me convence- ese papel que se supone nos endosa nuestra profesión en el organigrama social. Que yo sepa no somos asépticos, ni más consecuentes, ni menos tiranos, ni más democráticos que cualquier hijo de vecino para con la «cosa pública». Si bien controlamos una serie de mecanismos teóricos y metodológicos para aplicar en la realidad social e intentar cubrirla de explicaciones; lo que de esto deviene – como en tantas otras disciplinas- es un amplio número de interacciones discursivas en las que se sobreponen unas líneas en detrimento de otras; luego surgen otras más novedoras, más explicativas, más queer; y luego otras, quizás más tímidas o más de la sociología de andar por casa, y así… Ya lo dijo Kuhn, esto es un convulso paisaje de esfuerzos intersubjetivos que en un último ápice no pueden renunciar a una brizna de lo propio -por no decir, lo subjetivo, esa triste palabra tabú- y que precisa, más que de objetividades, de apoyos.
Envidio la entereza de ustedes -autores de los comentarios de este post- tan apegados a la «ultranza necesaria» a la «vindicación» que removerá el panorama sociológico; pero yo, visto que -como el resto de gremios- la sociología se institucionaliza y adquiere una serie de hábitos sociales, se encarama a gramáticas de poder y lo ejerce; necesita de la negación de discursos ilícitos -es decir, distintos a las «teorías choni» que dominan el mapa literario- para reproducirse; van perdiendo interés las grandes discursiones teóricas; se empieza a estilar aquello del sociólogo de andar por casa -poco preparado en lo teorético y demasiado apegado al salario, al cargo político que lo contrata como personal de confianza o al profesor que le resta horas de sueño a cambio de becarlo-; etc. no le veo tan hondas cualidades a este oficio ni anclajes rotundamente sólidos desde los que distinguirme de entre los currantes. Al final somos como cualquier otro quehacer. Luego vendrá el discurso hegemónico (que Gramsci dictó y nosotros conocemos) para encargarse de que el paradigma no se salga de madres y sea críticamente tolerabe -indicador de la sanidad de un Estado democrático ¿no?-.
No creo que seamos tan maravillosos, sólo que, el discurso de Giner, todo un paradigma vivo en este mundillo- irá calando poco a poco, y se nos irán presentando las oposiciones multitudinarias y se llenarán las aulas de nuestras facultades, y al final tendremos algún que otro trabajo pseudosociológico -no se preocupen-. Ahora bien, honestamente, si defiendo mayor presencia del sociólogo en la diagnósis del osario colectivo no es por pudor o el pan necesario de sus análisis; es por puro apego a mi ración diaria de leche y gofio.
Yo creo que muchas de las actividades que desempeñan los sociólogos, ya eran aplicadas por otras personas, sólo no se le había dado la importancia y la definición exacta.
Al Sociólogo se le vé como una especie de acusadores ya sean buenos o malos, así como nos pueden ayudar a tener una empresa más armoniosa, así nos pueden decir lo que estamos haciendo mal y muchas veces la verdad incomoda y la gente es reacia al cambio.