Arrogancia nuclear


Nuclear no gracias

Me obnubila la gente que sin estar a sueldo del lobby nuclear defienden esta energía con una agresividad pasmosa. Tras el terremoto y el tsunami, cuando la catástrofe de Fukushima aún estaba en su fase embrionaria, muchos plasmaron su arrogancia sobre el papel. Aquello no era razón para criticar la energía nuclear decían, afirmaban que utilizar Fukushima era manipular un evento que a pesar de su gravedad no tendría mayores consecuencias. El tiempo cordialmente les ha negado la razón y así, con la misma arrogancia, les ha arrojado a la realidad.

Muchas veces me he enfrentando al comportamiento altivo de quienes aludían a la absoluta seguridad de la energía nuclear. Cuando precisamente en esa necesidad tan extrema de seguridad comienza a dilucidarse el problema. Y no solo es la peligrosidad de la propia industria nuclear, sino también de sus residuos, cuya longevidad y costes de almacenamiento, otra vez por las extremas medidas de seguridad que requieren, la abocan a la aberración.

Fueron muy rápidos en decir que Fukushima no es Chernóbil, a las nucleares nunca les ha gustado la mala prensa, pero por más que se empeñen nunca han conseguido deshacerse de ella. Invierten millones en generar una imagen positiva y tenía la sensación de que últimamente estaba haciendo mella en la población; veía mucha gente ajena al entorno nuclear que se estaba doblegando a su utópico idilio de energía infinita y seguridad absoluta.

Zas en toda la boca. Menos de un mes más tarde Japón sitúa a Fukushima al nivel de Chernóbil. ¿Y ahora dónde quedó esa arrogancia? Intentaron suavizar lo que estaba ocurriendo, pero finalmente la realidad trágica se ha abierto paso. Ahora no solo se equipara la catástrofe nuclear con la ocurrida en territorio soviético, sino que se teme que la fuga radiactiva pueda superar la de Chernóbil.

La defensa en este juicio tiene nuevas pruebas que juegan en su contra, ya no se escuchan tantas risitas en el banquillo, el ejército de abogados palidece, se han disparado en el pie otra vez, y ahora ya no es una cuestión de «comunistas». Palabras indigestas, encalladas en gargantas, arrogancia que envenena, cuesta vidas y genera un sufrimiento innecesario. El terremoto y el tsunami han costado demasiadas vidas como para tener que seguir sumando por la radiactividad, pero es lo que ocurre cuando el hombre en su arrogante delirio de grandeza se erige como ser supremo.

Ulrich Beck expone muy elocuentemente que la energía nuclear es su propia enemiga, espero que no lo olvidemos y empecemos a encarrilar de una vez el camino para deshacernos del lastre de las nucleares, ya ha sido suficiente.

«Desde el siglo XVIII, lo que se había logrado era alcanzar un consenso sobre los riesgos tempranos de la era industrial en la medida en que tales riesgos se basaban en un sistema de compensación anticipada de sus consecuencias: cuerpos de bomberos, compañías de seguros, atención psicológica y sanitaria, etcétera. La conmoción que embarga a la humanidad, vistas las imágenes del horror que nos llegan de Japón, se debe a otra idea que se va abriendo paso: no hay institución alguna, ni real ni concebible, que esté preparada para la catástrofe nuclear máxima y que sea capaz de garantizar el orden social, cultural y político incluso en ese momento decisivo.

Sí que hay, por el contrario, numerosos agentes que se especializan en la negación de los peligros. En vez de seguridad mediante compensación anticipada tenemos el tabú de la infalibilidad: todos los países -muy en especial, faltaría más, Francia, como bien sabe Sarkozy, el experto en energía nuclear- tienen las centrales nucleares más seguras del mundo. Los garantes del tabú son la ciencia de la energía nuclear y la economía de la energía nuclear, precisamente aquellos que, vistos los catastróficos acontecimientos, han sido sorprendidos in flagranti error por la opinión pública mundial.»

Foto | Agrupación Julián Grimau

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