Abres el mundo, pasas las páginas y lo único que no varía son la sucesión de declaraciones lamentables de políticos penosos. Demagogos, populistas, corruptos, hay para todos los gustos. Aunque no para el buen gusto, claro.
Tampoco voy a dudar de toda la profesión, pero incluso aquellos que escapan a los calificativos negativos, no destacan de manera positiva. Nos encontramos ante un gran amasijo de mediocridad. Los ciudadanos aletargados por el consumo, el miedo y la pasividad aprendida a base de decepciones y falta de alternativas se mueven entre titulares y reflexiones vacuas.
Zigzagueamos en un bipartidismo somnoliento. Políticos que han dejado de ofrecer calidad porque no es necesaria, con muy poco basta para vencer al único adversario. Mientras los pequeños partidos desaparecen entre la multitud sin ser vistos siquiera.
Izquierda y derecha convergen en la opulencia grisácea, tiñéndolo todo de una sutil bruma que no ofrece más que aire cargado de un montón de polvo. Y ahí, entre dedos índice enfrentados y acusaciones faltas de ideas disparadas a bocajarro, se encuentra la ciudadanía. Perpleja. El espectáculo está servido. El Congreso es ‘Sálvame’, y nosotros incapaces de cambiar de canal.
La política se ha convertido en una campaña constante. Las campañas son publicidad, y la publicidad lo único que hace es empaquetar y pintar muy bien un montón de nada. Y así cada día asistimos a un mundo de nada.
El político ya no es una persona con ideas interesantes. Ahora es un mediocre, profesional de la política. Lo único que diferencia a unos de otros es su aspecto físico. Los grandes ideales han muerto. La democracia ha muerto. Pronto veremos políticos con monos de Fernando Alonzo. La banca gana. Las ideas se venden por titulares de 140 caracteres, a lo sumo, y sólo se imprimen en negrita las del mejor postor.
La democracia ha dejado paso a la demogracia. Es el estado en el que el ciudadano deambula sedado con dosis de bienestar y miedo, mientras una clase política al servicio del capital trapichea con nosotros a su antojo. Así nos hemos convertido en títeres que vociferan consignas de un teleprompter, sin filtro. Incapaces de reaccionar a pesar de la presión de la tuerca, que no para de girar.
Quedan muy pocos políticos valientes. Y los que quedan, por norma general, no tienen cabida en los grandes partidos. Por lo tanto, vuelta al principio. Desaparecen entre la multitud, y ni siquiera llegamos a saber que en algún rincón de este país hay alguien aún con ideas.
Adormilados, somos testigos que sólo quienes viven la opresión extrema están dispuestos a enfrentarse a quienes se reparten el pastel a nuestras espaldas mientras se ríen de nosotros fingiendo estar a nuestro servicio. Conociendo esta realidad, en la demogracia se nos entretiene con la libertad, la libertad de consumir eligiendo entre una amplia gama de productos, de los cuales todos y cada uno nos asegura ofrecer la felicidad absoluta. Ésta caduca a los pocos segundos.
Foto | Minimolécula