Una flotilla humanitaria tiene un fin, como su propio nombre indica, humanitario. ¿Qué pintan soldados armados hasta los dientes asaltando un navío de estas características? Peor aún, en aguas internacionales. Piratas financiados por su estado, Israel.
Pero estas maniobras piratescas de por si no le parecieron suficientemente descabelladas al ejército israelí, así que abrieron fuego. Ahora los portavoces israelís no dudan en comparar a un «batallón» de activistas con uno de soldados, entrenados y armados, y en cuyas filas no se cuenta ninguna baja.
En el caso de que los activistas lo hubiesen usado realmente, un tirachinas no es un arma de fuego. Los boliches no son balas, duelen pero no matan. Los palos de sombrilla son un chiste sin gracia frente a los rifles de los militares. No hay manera posible de justificar la barbaridad cometida con el beneplácito de un estado que se cree en el derecho de actuar a su total antojo.
El pan para el hambriento manchado de sangre por la arrogancia de un estado que oculta la miseria tras un muro de hormigón para no mirarla a los ojos. Así se solucionan los problemas en nuestros tiempos, tapándolos con mentiras cuando es preciso, pero si nadie pregunta se mira para otro lado y todo olvidado.
Foto | El País
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