Tan sólo puedo imaginarme el repudio que debió sentir Luis del Olmo al tener que entregar un premio a Jiménez Losantos, un sujeto que no hace más que fomentar el odio y la crispación, además de otros muchos valores igualmente detestables.
Lo mejor de dicha entrega fue, cuando de entre los asistentes resonó una voz que animaba a Losantos a ponerse de pie. Ya lo estaba, pero dada su pequeña estatura, no acorde con su inmenso ego, parecía más bien que acudía de rodillas a recoger el galardón.
Cuanto más miro a Losantos, más cuenta de doy de que detrás de esa cara de cerdito risueño se esconde una mente malvada y maquiavélica, un hombre sin escrúpulos que se envalentona detrás de un micrófono, pero que imagino asustado en lo más profundo de su alma porque no entiende este nuevo mundo, un mundo que comienza a fraguarse, y como él mismo ya se habrá dado cuenta, un mundo en el que no hay sitio para personas de su calaña, personas que siempre malmeten e incitan a los sentimientos más repulsivos, que generan el enfrentamiento en vez de la colaboración.
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