Al parecer, todo país tiene su particular, aunque ciertamente parecido, grano en el culo. Tienen formas diversas, su contenido en pus puede variar, pero en el fondo son todos granos por igual. En el caso francés, parece ser que ese cúmulo viscoso es el señor Le Pen. Un fascista que no duda en ocultar sus tendencias xenófobas sorprendiendo a los votantes con propuestas tan retrógradas como la expulsión de los inmigrantes y el favorecer a los franceses nativos, discriminando a todas esas personas que trabajan igual de duro que cualquier francés por su dinero, y que por el simple hecho de ser de otro lugar se verán perjudicados y desplazados a puestos poco favorables para conseguir diversas ayudas del estado para las personas más desfavorecidas.
El candidato al Elíseo del ultraderechista Frente Nacional (FN), Jean-Marie Le Pen, ha presentado su proyecto electoral que defiende un «control estricto» de la inmigración, la expulsión de todos los ilegales y la «preferencia nacional» para los franceses en el empleo, vivienda y ayudas sociales. Al clausurar la convención presidencial del FN ante más de 2.000 seguidores en la localidad de Lille, el político, de casi 79 años, ha prometido «salvar la solidaridad de mañana deteniendo la inmigración, causa esencial del empobrecimiento generalizado«.
[…]Para el FN la lucha contra la inmigración pasa por expulsar a todos los ilegales, suprimir el reagrupamiento familiar y la «obtención automática de la nacionalidad» o recortar el permiso de residencia de diez a tres años, incluso para los que ya están aquí. Su proyecto económico y social se asienta, ha dicho Le Pen, en una «verdadera filosofía«, cuyos principios incluyen «salvar la economía de mañana devolviendo a los franceses el control de su destino y de sus fronteras» y «defendiendo un proyecto alter-europeo«.
Este señor pretende reservar el conjunto de ayudas y viviendas sociales sólo a los franceses aplicando la preferencia nacional. Además de querer suprimir ciertos derechos como el ya citado reagrupamiento familiar. Todas estas medidas son una aberración en un mundo en el que la movilidad social y el multiculturalismo progresivamente se convierten en una constante de vital importancia. Un mundo en el que pronto el color de piel y los rasgos físicos no sean los que delaten la nacionalidad de una persona. Un mundo en el que las nacionalidades poco a poco comienzan a carecer de sentido, ya que el movimiento de personas tendrá como consecuencia a medio-largo plazo la relativización absoluta de la nacionalidad, lo que convertirá a esta en superflua, siendo las personas ciudadanas de un determinado lugar, simplemente.
Por ello aprovecho también para demandar nuevamente, el derecho de todo inmigrante (yo también soy inmigrante), a tener derecho a votar en las elecciones del país en el que se encuentra, ya que las políticas del mismo le afectan, por lo tanto, ya que paga unos impuestos, igual que el resto de personas naturales del país receptor, y se debe someter a sus leyes, también debería de tener el derecho a votar y a decidir sobre estas leyes que (me repito) le afectan.
Lo que me alegra es que la intención de voto a Le Pen no parece darle una victoria en las próximas elecciones, lo que se traduce en una intento fallido por parte del ultraderechista y fascista de embaucar a los franceses en unas políticas del paleolítico que son dignas de estar junto a las de grandes tiranos fascistas y expuestas como lejanos recuerdos en museos de historia para recordarnos los errores del pasado para que no volvamos a caer en dichas ideas caducas y totalmente carentes de sentido en el presente.
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