Estos son los pequeños brotes contra los que hay que luchar, los que hay que evitar e impedir que crezcan. Es importante que nos demos cuenta de que son un problema de considerable importancia, pues los efectos de un fenómeno como lo es el racismo son realmente nefastos y detestables.
Son escenas puntuales, pero cada vez cobran más fuerza. Sutiles humillaciones e insultos que nadie denuncia, pero que dejan huella. A una estudiante latinoamericana un compañero de clase le gritó: «Inmigrante de mierda, tú eres una puta, como tu madre, que ha venido a trabajar de puta«. Y un profesor le soltó a un alumno: «Negro de mierda, bájate del árbol«.
Escenas como éstas empiezan a ser «peligrosamente» frecuentes en Madrid. Es el racismo de baja intensidad, un fenómeno que las asociaciones ven con preocupación y ante el que la Administración, según dicen, «no actúa«. «Les cuesta reconocer que existe«, dicen.
«Y como no lo reconocen, no lo combaten«, señala Vladimir Paspuel, portavoz de la asociación ecuatoriana Rumiñahui. A menudo, los extranjeros tienen dificultades para encontrar piso o plaza en un colegio concertado, según las ONG que trabajan con ellos.
No debemos permitir que el lugar de origen de una persona, o el color de su piel influyan en nuestros juicios. Es evidente que unas personas nos caerán bien, otras no y otras nos darán igual, pero deben ser sus acciones y su comportamiento lo que nos sirva para juzgar a las personas y no su color de piel, sus rasgos físicos o su nacionalidad.
En estos días he hablado mucho del racismo y de la xenofobia, pero es que son problemas que considero muy importantes, y considero que no se puede denunciar lo suficiente estos actos de desprecio, de humillación y de claro maltrato a otras personas. Debemos impedir entre todos que estas actitudes se reproduzcan y que se conviertan en un fenómeno creciente.
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