
Constantemente la sociedad, presumiblemente inducida por los medios de comunicación, culpa a la música, a las películas y a los videojuegos de promover la violencia, el sexo, las drogas… Básicamente todos estos soportes son considerados como unos de los principales responsables de todo lo malo que acontece en nuestra sociedad. Yo personalmente no estoy de acuerdo con estas afirmaciones, y a continuación explicaré por qué, e intentaré justificar mi opinión.
En el ámbito musical ya todos sabemos que prácticamente siempre se denuncia un mismo estilo musical, el hip-hop, que para empezar es tan diverso como la vida misma, por lo que tachar a todos los raperos de violentos y de misóginos parece poco apropiado, pues aunque sea ese hip-hop el que recibe más atención mediática hay muchos cantantes que promueven valores muy positivos, son críticos con lo que acontece en el mundo… Pero resulta que éstos a su vez no interesan a los medios pues promueven algo que hace mucho tiempo se ha intentado mantener bajo mínimos, el espíritu crítico, la capacidad de reflexión de la población. Somos testigos una vez más de las contradicciones que se dan en el seno de nuestra sociedad. Por un lado se critica, se denuncia, pero por otro se sigue promoviendo pues, al fin y al cabo es lo que hace que aumente el número de ceros a la derecha.
Las películas violentas han existido siempre. Es cierto que empezar de esta manera mi argumento no tiene mucho sentido, ya que el que algo haya existido siempre no significa que tenga que seguir siendo o existiendo de la misma manera si es negativo o contraproducente. A lo que quería aludir con esta afirmación es que yo de niño también vi alguna película no recomendada para mi edad a escondidas de mis padres, pero no por ello soy una persona violenta, nunca pensé que dispararle a la gente por la calle era una opción para resolver posibles problemas.
Además, hay que tener en cuenta que las películas siempre tienen un indicador en el que queda explicitado a qué grupos de edad va dirigida la película, por lo tanto si una película no es recomendada para menores de 18 años y los padres permiten que su hijo las vea el problema ya no es la película en sí, sino la irresponsabilidad de los padres que dejan que su hijo vea la misma. Lo mismo vale para los videojuegos. Todos conocemos ya el famoso Grand Theft Auto; es un juego ciertamente violento, pero es que también es un juego para un público adulto, no es un juego para niños, por lo tanto si un padre le compra ese juego a su hijo el problema nuevamente no es el juego, sino el padre.
Pero es que bajo mi punto de vista el problema va mucho más allá de estas ideas tan simples y fácilmente reconocibles. Me parece que acusar a la industria musical, cinematográfica y de los videojuegos de ser las culpables de fomentar todos los valores negativos presentes en nuestra sociedad, en definitiva de convertir a la industria del entretenimiento en chivo expiatorio, es erróneo, pero muy útil para algunos. ¿Útil por qué? Sencillamente porque sirve de cortina de humo. Mientras estamos demasiado ocupados acusando y denunciado a los creadores de videojuegos, a cantantes y directores de cine, las cosas en realidad siguen igual de mal, pero nosotros estamos demasiado ocupados mirando hacia otro lado, que no vemos el foco real de la problemática.
Vivimos en un mundo en el que cada día hay más leyes para prohibir, actualmente se han creado más barreras que caminos, todo lo cual nos conduce a ser una sociedad más inconsciente, con una menor capacidad reflexiva, que no actúa por convicción sino por miedo. Después de la Segunda Guerra Mundial la tendencia era que los hijos superaban a los padres en calidad de vida, pero ahora, nosotros somos los primeros que podemos o bien estancarnos o incluso perder calidad de vida y poder adquisitivo con respecto a nuestros padres. Las viviendas son impagables, los precios se disparan, los productos de primera necesidad como la fruta y la verdura ya parecen productos de lujo, la precariedad laboral es cada vez mayor, las personas viven en una incertidumbre constante.
Cada vez más empresas reducen plantilla de forma masiva, se cierran plantas de producción enteras, para trasladar éstas a otras partes del mundo donde pueden explotar más aún a las personas. La brecha entre pobres y ricos es cada vez más elevada. Nuestras libertades son reducidas, el estrés aumenta, y evidentemente también el descontento. Toda esa frustración, ese miedo, esa incertidumbre, esa falta de estímulos reales, tiene como efecto directo la violencia como expresión de la rabia, de la ira y de la impotencia, el consumo de drogas como forma de evasión y el sexo como intento de alcanzar una experiencia placentera e inmediata.
Pero en el caso del sexo, como este a su vez sigue siendo algo en cierta manera pecaminoso, algo vergonzoso, a pesar del gran esfuerzo de algunos por normalizarlo, el sexo sigue siendo una de esas cosas ambivalentes, lo que hace que surjan todas esas tendencias patológicas que hacen del sexo en ciertos casos incluso algo enfermizo y peligroso.
En ese mundo en el que vivimos resurgen los instintos más primarios. Cada sociedad crea sus propias enfermedades, sus propias patologías, por lo tanto no creo que plantearse el tipo de entretenimiento que estamos consumiendo vaya a resolver el problema. Más bien habría que plantearse el tipo de sociedad que hemos creado, y qué alternativas tenemos.
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