Mi madre se está leyendo una novela de una autora sueca, Annika Bryn, y el libro se llama, en alemán (es que mi madre es alemana), «Die sechste Nacht«, lo que viene a traducirse como «La sexta noche«. Parece ser que la novela va de un grupo neonazi sueco, que tenían una cabaña en las montañas, y alguien pone una bomba y explota, matando a varios de estos nazis.
Otros tantos siguen con vida, así que medios desorientados andan perdidos a unos quince kilómetros de la cabaña, donde localizaron una casita pintada de blanco. No parecía que hubiera vecinos, así que desconfiados se acercaron, y uno de los supervivientes armado con una piedra afilada que era lo único que tenía, tocó el timbre de la puerta. Después de un rato abrió la puerta una anciana de aspecto débil. La explosión y los disparos la habían despertado. Y había llamado a la policía.
El joven entró en la casa apartando a la anciana en busca de dinero y un coche. Ella se apartó sin hacer preguntas y sin protestar. Asombrado el joven neonazi entró en la pequeña casa y se dió la vuelta. Detrás de ella en el pasillo que daba hacia la cocina estaba su igualmente anciano marido con una escopeta, con la que apuntaba directamente al nazi.
No pudo decir nada, el hombre le hizo señales para que se sentara en una silla que había en la entrada. Así lo hizo, dejó caer la piedra en la alfombra y se sentó. Entonces la mujer abrió un poco más la puerta y gritó los otros neonazis: «¡Lárguense! ¡Desaparezcan de aquí!»
Los hombres intercambiaron miradas y retrocedieron letamente hacia el bosque. Ella volvió a la casa y cogió el teléfono. «Lo mejor será llamar a todos y decirles que éstos están huzmeando por aquí.» le dijo a su marido. «Nunca se sabe por donde pueden aparecer. Voy a avisar a Birgitta y a Richard.»
Su marido asentía con la cabeza. Se sentó en una silla y miró directamente al joven. Su cabeza rapada, su suéter negro y las esvásticas que tenía tatuadas en el antebrazo. «Era esto a lo que se dedicaban en esa casa aquí arriba. Si ya me lo imaginaba» dijo el hombre. «¿Y ahora qué? ¿Han empezado una guerra entre ustedes?» El joven no quería responder, el hombre señalaba sus tatuajes.
«Eso de ahí, niño, eso es la señal de una traidor de la patria. Hubo una vez un hombre que traicionó a Noruega, se llamaba Quisling. Él intentó obligar a los noruegos a adoptar el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Pero le fusilaron. Yo escuché el disparo en la radio.» El hombre hizo una pausa y luego continuó. «¿Y algunos como ustedes quieren tomar el poder en Suecia?» A esto el joven replicó a regañadientes: «Para salvar el país».
Y el anciano le preguntó: «¿Y si nosotros no queremos y no tenemos ganas?» «El pueblo por sí sólo no sabe lo que le conviene. Eso son todos zombies sin voluntad, que siguen los dictados de los intereses extranjeros.» le contestó el joven.
El hombre levantó los párpados. «Hay mi madre. No parece que tengas en alta estima y una buena concepción de tu pueblo» le dijo. «Uno podría preguntarse por qué estás tan preocupado por nosotros, cuando somos tan sumamente idiotas.«
Realmente lo que me interesa es esto último, pero quería situarles un poco en la historia. Me parece una pregunta tan buena. Como pueden estas personas querer «lo mejor» para nosotros cuando, lo primero es que no tienen ni idea que es lo que queremos nosotros, por tanto nos niegan el derecho a expresarnos libremente, cuando esto sería lo idóneo o lo mejor para nosotros, y nos imponen unas ideas, a nosotros, a quienes consideran detestables, estúpidos, idiotas…
Creo que quizá con preguntas de este tipo, hechas en los momentos oportunos, se puede hacer reflexionar, incluso a personas que han dejado de utilizar su cerebro para convertirse en mutantes cibernéticos que repiten los dictados de su amo, un loco que ha sabido aprovechar la ira y la rabía de algunos jóvenes para convertirlos en los puños de sus necias palabras.
El racismo, nazismo, la discriminación, el nacionalismo, en definitiva el fanatismo, son ideas y sentimientos que deberíamos de haber enterrado hace mucho tiempo en el pasado, y no deberíamos de dejarlas resurgir nunca más, porque sólo traen odio, luchas, guerras, sufrimiento y dolor, y no necesitamos eso en este mundo en el que ya es suficientemente difícil sobrevivir al día a día.
gracias por la lectura, es muy interesante tu punto.