África es una tierra llena de tragedia y sufrimiento, pero aún así de vez en cuando hay buenas noticias del continente en el que surgió la vida, y me alegra.
Tras 40 años de guerra, Angola ha vuelto a sonreír. Aunque arrastra una herencia brutal -con la tasa más alta del mundo de mortalidad infantil y una esperanza de vida de 38 años-, sus enormes riquezas, petróleo incluido, y la paz han cargado de ilusión a su gente.
“Lixo e luxo” (basura y lujo). Ésa es quizá la frase que mejor define la posguerra de Angola. El país trata de alcanzar la normalidad después de una feroz guerra colonial de 13 años, a la que siguió una guerra civil que duró casi tres décadas y que mató a 1,5 millones de personas. Mientras eso sucede, Angola suda sus contrastes salvajes bajo un sol abrasador y un caos total de demografía y tráfico. En Luanda, la capital, se mezclan sin pudor la basura y el lujo, el cólera y los millonarios, la miseria y el petróleo. En todo el país hay mutilados y diamantes, miles de chabolas y hoteles de cinco estrellas, hambre y fiestas, minas antipersonas (todavía quedan más de un millón sembradas en los campos) y riquísimas minas de minerales sin explotar (de oro, fosfatos, hierro, mármol…).
Mientras la economía del país crece al 18% anual, el cólera ha matado, entre febrero y junio, a más de 1.600 personas. Según Médicos Sin Fronteras, el número de nuevos casos desciende lentamente en todo el país, pero la epidemia se ha propagado a 14 de las 18 provincias, con más de 43.000 casos registrados. A principios de mayo, una muerte cada hora. Sólo en Luanda, más de 22.000 personas se han infectado y 287 han fallecido. La mayoría, niños.
No en vano, el país tiene aún la mayor mortalidad infantil del mundo: 185 niños de cada 1.000 nacimientos; una esperanza de vida de 38 años, y un índice de fertilidad de 6,35 nacimientos por mujer, el décimo mayor del planeta.
Según las estimaciones del Gobierno de EE UU, la producción de petróleo en 2005 fue de 1,6 millones de barriles al día, la 19º del ranking mundial, y las reservas de crudo alcanzan ya los 25.000 millones de barriles (14º del mundo). Un litro de gasóleo en Luanda cuesta 29 céntimos de euro, precio de risa para un europeo, pero no tanto para los ciudadanos locales: el salario mínimo es de 50 dólares al mes. El 70% de los 14 millones de angoleños vive por debajo de la línea de pobreza (con menos de 1,7 dólares al día), una cifra similar a las de Guatemala (75%), la franja de Gaza (81%) o Haití (80%). Un país donde el paro supera todavía las cifras de gente ocupada. Y donde los parados tienen que aguzar mucho el ingenio para buscarse la vida: miles de niños, mujeres con enormes palanganas llenas de fruta en la cabeza y jóvenes varones que venden todo lo imaginable (pilas, gorras, machetes, destornilladores, pegamento, planchas, etcétera) circulan por las calles de Luanda durante el día.
Dos imágenes resumen la situación del país: una adolescente tan guapa que ganaría sin despeinarse el certamen de Miss Mundo emerge de una chabola de paja en el barrio luandés de Boavista y se para en el zaguán lleno de lodo. Está embarazada. A pocos kilómetros, en la carretera sin asfaltar que va a Viana, dos niños con sonrisas de anuncio se bañan en un charco. No hay nadie más en kilómetros a la redonda.
Aunque Angola es todavía el país número 166 (de 177) en cuanto al nivel de desarrollo, según la OCDE, una cosa parece cierta: sólo cuatro años después de la firma de la paz, muchos de sus habitantes han recuperado la esperanza. “Estamos buscando la normalidad, en fase de mejorar”, dicen a coro Seama y Amaura, dos veinteañeras alegres, dulces y de sonrisa zumbona.
Muchos de los que vivieron o estuvieron en Angola durante la guerra de la independencia (1961-1974) y la civil (1975-2002) dicen que la situación general ha mejorado y que poco a poco el país se va haciendo más estable, distribuyendo mejor sus recursos, ganando credibilidad internacional, poniendo orden en sus cuentas y superando la corrupción.
Aunque es bien sabido que los datos económicos oficiales no son la panacea, y muchas veces tan poco representativos como creíbles, pueden servir para darnos una cierta idea de la lenta mejoría que experimenta el país.
Algunos datos macroeconómicos confirman esos juicios: la inflación ha pasado del 350% en 2000 al 20% actual, y el PIB es en este momento de los que más crecen en el mundo. Gracias sobre todo al aumento en la producción y la exportación de petróleo, en 2004 subió un 12%; en 2005, un 19,1%, y en 2006 se espera que lo haga un 27%.
Por desgracia, quienes detentan el poder en Angola dejan bastante que desear. Es triste que en África haya tantos dirigentes que parecen ir en contra de su propia gente. Sanguinarios, belicistas, acaparadores de poder y de inmensas cantidades de dinero en ayudas que la gente hambrienta de verdad nunca recibe. Pero aún así, parece que en Angola las cosas van a mejor, y aunque su presidente tenga bastantes trapos sucios (aunque sinceramente, ¿qué político no los tiene?), parece que su imagen está lejos del modelo típico del dictador sanguinario.
El conflicto angoleño –que empezó en plena guerra fría, que la atravesó y se nutrió de ella ampliamente (EE UU apoyó a UNITA; Rusia y Cuba, al MPLA; Portugal se mostró tibia; Francia cambió de bando a mitad de camino)– terminó cuando los ojos del mundo viraron hacia la guerra de Irak y agigantó la figura y el poder de Dos Santos.
La guerra pareció cerca del fin en septiembre de 1992, cuando Dos Santos abrió la mano, guardó la pistola y convocó elecciones. Bien asesorado por técnicos electorales brasileños, se impuso en la primera vuelta a Savimbi, pero éste prefirió volver a las armas antes que a las urnas. Hoy, con UNITA nominalmente en el Gobierno, pero por completo fuera del poder (tiene 70 diputados, frente a los 130 del MPLA), un dicho local dice que ningún negocio se hace en Angola sin la bendición de Dos Santos.
Aunque hay denuncias de torturas y desaparecidos, de realojamientos forzosos y de represión en el enclave independentista de Cabinda, la imagen del presidente está lejos del modelo típico del dictador sanguinario africano. Hombre astuto, de sofisticada inteligencia y palabras muy medidas, Dos Santos ha mantenido su estatus a base de habilidad, discreción y miedo, sin dejarse ver apenas y repartiendo entre las diferentes tribus y etnias, para tenerlas contentas, algunas parcelas de poder y migajas de los inmensos negocios.
Muchos no niegan que la paz sea fantástica, pero a la vez recuerdan que no hay peor desgracia para un país con grave déficit democrático que tener grandes riquezas naturales, como ha escrito el director de Publico, José Manuel Fernándes: “Las migajas siempre acaban alcanzando a una parte importante de la población, y las oligarquías cleptócratas pueden así seguir robando impunemente durante años”.
Que gran verdad esta última frase, es una desgracia que así sea, pero es real como la vida misma. Mi deseo para Angola y para el resto de África, que llegue el día en que la gente tenga una vida digna, que puedan vivir sin la constante preocupación de que en cualquier momento puede estallar una nueva guerra, y que puedan elegir dirigentes que, aunque no perfectos, sí sean mejores que algunos de los que ahora detentan el poder.